Después de cinco años de éxodo, el himno birmano resuena entre los rohinyás
Cada mañana, en su escuela del campamento de refugiados rohinyás en Bangladés, Mohammad Yusuf debe cantar el himno nacional de Birmania, el país del que su familia escapó a las masacres del ejército hace cinco años y al que volver parece aún lejano.
Unas 740.000 personas de esta etnia mayoritariamente musulmana huyó de la brutal ofensiva del ejército birmano, de la que se cumplen cinco años el jueves, y encontraron asilo en el vecino Bangladés, donde ya vivía una numerosa comunidad de refugiados de previas olas de violencia.
Durante gran parte de este tiempo, Yusuf, que ahora tiene 15 años, y los numerosos niños en los campos de refugiados apenas gozaron de escolarización, porque Bangladés lo veía como una señal de que su presencia se alargaría en el tiempo.
Pero un retorno parece lejano ante el golpe militar en Birmania el año pasado, con lo que las autoridades locales permitieron a Unicef intensificar su programa escolar para respaldar a 130.000 niños y, en un futuro, llegar a todos.
Aun así, el objetivo final es que los refugiados regresen. Por ello, la matrícula y el programa académico son birmanos y cada mañana deben empezar las clases cantando el himno nacional de ese país.
A pesar de la persecución y de las acusaciones de intento de genocidio en Birmania, un país mayoritariamente budista que a menudo ve a los rohinyás como extranjeros, Yusuf abraza su himno y lo ve como símbolo de desafío y del futuro regreso.
"Birmania es mi patria", dice a AFP. "El país no nos hizo daño. Su gente poderosa lo hizo. Mi hermana pequeña murió allí. Nuestra gente fue masacrada", continúa.
"Aun así, es mi país y lo amaré hasta el final", añade.
- "Bombas de relojería" -
La educación es un símbolo de la ambigüedad de Bangladés hacia los refugiados rohinyás, algunos de ellos reubicados en una remota isla deshabitada y propensa a las inundaciones.
"Este currículo académico les recuerda que son de Birmania, adonde volverán algún día", dice a AFP el vicecomisario de refugiados, Shamsud Douza.
Pero cuándo llegará ese día es una incógnita.
La Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, dijo el mes pasado durante una visita que las condiciones "no eran adecuadas para el regreso".
La repatriación solo puede darse "cuando existan condiciones seguras y sostenibles en Birmania", añadió.
Descartó la sugerencia de que los campos rohinyá se conviertan en una "nueva Gaza", pero las autoridades Bangladés son cada vez más conscientes de los riesgos que puede suponer a largo plazo una amplia población de refugiados desfavorecidos.
La mitad del casi millón de personas en los campos son menores de 18 años.
El gobierno "pensaba que educar a los rohinyás enviaría una señal a Birmania de que (Bangladés) eventualmente absorbería la minoría musulmana", dice a AFP Mahfuzur Rahman, un exgeneral bangladesí que estaba en el cargo durante el éxodo.
Pero ahora Daca "se ha dado cuenta" de que necesita un plan a largo plazo, sobre todo por el riesgo de tener una generación de jóvenes sin educación en los campos, añade.
La seguridad en estos recintos ya es un importante problema debido a la presencia de grupos criminales que introducen anfetaminas a través de la frontera. En los últimos cinco años ha habido más de cien asesinatos.
También operan grupos armados insurgentes que ya han abatido decenas de líderes comunitarios y están siempre al acecho de reclutar jóvenes aburridos.
Estos jóvenes sin expectativas, que además no pueden salir de los campos, son blanco de traficantes de seres humanos que les prometen una plaza en un barco para escapar a una vida mejor.
Todos los niños "pueden ser bombas de relojería", advierte Rahman. "Crecer en un campo sin educación ni esperanza ni sueños... En qué monstruos se convertirán, no lo sabemos".
- Sueños de volar -
Persiste el temor de que Bangladés cambie de opinión y cancele el proyecto educativo, como hizo con un programa de escuelas privadas que atendían a 30.000 niños este año.
Algunos activistas condenan también la insistencia en seguir el currículo académico de Birmania.
"Si no regresamos a nuestra casa, ¿por qué tenemos que estudiar en birmano? Es una pérdida de tiempo, una especie de suicidio colectivo. Ya hemos perdido cinco años. Necesitamos un currículo internacional en inglés", protesta Mojib Ullah, líder de la diáspora rohinyá ahora en Australia.
Las ambiciones del joven Yusuf van más allá de las fronteras. En su escuela con un techo cubierto por lonas lee un libro de los hermanos Wright, pioneros de la aviación, y sueña en convertirse en ingeniero aeronáutico o piloto.
"Algún día volaré alrededor del mundo. Es mi único sueño", dice.
H.El-Din--DT